Spinetta en el Parque Chacabuco
Vas a iluminar el parque
"Si necesitamos ayuda no es en cuestión de métodos, sino en cuestión de énfasis." Carlos Castaneda
Cruzando enormes grietas y canales portadores de quién sabe qué desechos; tropezando con todo tipo de obstáculos; superando improvisados puentes y alambradas rotas, los peregrinos Ilegaron a la cita.
Nada podía detenerlos.
"Está el flaco en el Parque Chacabuco" había sido la consigna que, boca a boca y en pocos segundos, atravesó Buenos Aires con más rapidez que cualquier información oficial, inflamando los corazones puros de los sedientos de arte.
Sobre los cansados restos de lo que alguna vez fue un campo municipal para la práctica del atletismo, se erguía el santuario. Poca cosa es necesaria cuando el amor es urgente. Y un poco de madera y algunos caños asentados en el barro resultaron suficientes para albergar la humildad de los milagros ciertos.
Pasó casi un año desde que se empezó a hablar de su "vuelta". Por ese entonces, buena parte de la prensa colaboró en reforzar las estrategias de marketing que querían capitalizar sus actuaciones dándoles un aire de "regreso heroico"; como si las únicas coordenadas para la existencia de un artista fueran el estado público.
Spinetta no volvió de ninguna parte. No puede irse quien está siempre presente, ni regresar quien nunca se ha marchado. El flaco no retorna del exilio. Simplemente, resurge de sí mismo siguiendo un flujo natural de crecimiento en el que emerger es un estado tan genuino y necesario como sumergirse. Es por eso que a pesar de su éxito y su enorme potencial de ventas, su presencia sigue resultando irritante para los mercaderes. Porque el accionar artístico de tipos íntegros como él sigue una lógica interna que es inmune e indiferente a los requerimientos del mercado.
Su sueño de ayer es el sueño de hoy.
Y en este presente, el pelo rojo dejó de ser un presagio para convertirse en el símbolo de una combustión permanente. El fuego prometéico que calienta a esa comunidad reunida ritualmente en torno a un mito.
Y el mito no es Spinetta, por supuesto, sino nosotros mismos. Luis sabe que este ritual de celebración lo trasciende enteramente. Él es sólo un músico con la capacidad de conjurar la poderosa energía arquetípica que nos pone en contacto con la vida y sus elocuentes misterios; con las utopías que son, en realidad, las certezas que anidan en nuestro inconsciente; un artista que nos conecta con la conmovedora "razón de ser que nos ha puesto piel en la eternidad".
La llave de este mandala existencial es la música, claro.
Decidida, la sociedad de Luis visita fugazmente la hidrofobia de los peces muertos... Un nuevo mito, ahora el del eterno retorno, lo impulsa a rescatar aquella electricidad salvaje y utilizarla como una espada flamígera que redime nuestra sombría argentinidad, sacudiéndola con sus descargas.
Marcelo Torres y Daniel Wirtz son la sangre y los músculos de la vigorosa identidad del trío. Spinetta es el rayo, el destello que ilumina el laberinto del tiempo; el minotauro eléctrico que desata la fuerza de los instintos para recrearla en una ceremonia en la que convergen el pasado y el futuro.
A través de una suerte de alquimia contemporánea que integra riquezas de todos los tiempos, Spinetta y sus socios se internan en una búsqueda cuya piedra filosofal es la quintaesencia del espíritu hendrixiano. Más cercanos al periodo "Experience" en temas como "Nasty people" o "Cheques"; más próximos a "Band of Gypsys" en el swing descomunal de "Olas".
Pero estos comentarios son apenas una digresión, una excusa que me permite incluir, en una revista de música, algo que va más allá de la música misma. Porque lo crucial es que Luis Alberto Spinetta logró convertir un concierto en una experiencia suprema que revitaliza la fe en nosotros mismos.
A diferencia de Stravinsky y su rito pagano, Spinetta consagró la primavera mediante una vivencia comunitaria que consigue integrar lo sagrado y lo profano...
"... A veces hay que ser duros, pero sólo a veces. Lo principal es la paz en el corazón..."
Su sueño de ayer es el sueño de hoy.
Y aquellos conciertos del año ’73 en "la carpa", aquella "Semana de Pescado Rabioso" escuchada muchas veces sin un mango desde atrás de la puerta del teatro Olimpia, son ahora el abrazo que muchos padres brindaron a sus chicos en el parque la noche del domingo; son los besos descarados de decenas de adolescentes que buscan, apasionada y desesperadamente, un país-hogar que los ame como sus hijos.
"Vivir es emocionante" dijo alguna vez un personaje de Kurosawa. Tan emocionante como ver a estos socios del desierto convertir en vergel un páramo, gracias a la sabiduría insurgente de quien supo florecer echando sus raíces en suelo árido.
El sueño de ayer es el sueño de hoy.
Vamos, abrí tu boca, abrí tu corazón, dejá que entre todo Spinetta.
"Si necesitamos ayuda no es en cuestión de métodos, sino en cuestión de énfasis." Carlos Castaneda
Cruzando enormes grietas y canales portadores de quién sabe qué desechos; tropezando con todo tipo de obstáculos; superando improvisados puentes y alambradas rotas, los peregrinos Ilegaron a la cita.
Nada podía detenerlos.
"Está el flaco en el Parque Chacabuco" había sido la consigna que, boca a boca y en pocos segundos, atravesó Buenos Aires con más rapidez que cualquier información oficial, inflamando los corazones puros de los sedientos de arte.
Sobre los cansados restos de lo que alguna vez fue un campo municipal para la práctica del atletismo, se erguía el santuario. Poca cosa es necesaria cuando el amor es urgente. Y un poco de madera y algunos caños asentados en el barro resultaron suficientes para albergar la humildad de los milagros ciertos.
Pasó casi un año desde que se empezó a hablar de su "vuelta". Por ese entonces, buena parte de la prensa colaboró en reforzar las estrategias de marketing que querían capitalizar sus actuaciones dándoles un aire de "regreso heroico"; como si las únicas coordenadas para la existencia de un artista fueran el estado público.
Spinetta no volvió de ninguna parte. No puede irse quien está siempre presente, ni regresar quien nunca se ha marchado. El flaco no retorna del exilio. Simplemente, resurge de sí mismo siguiendo un flujo natural de crecimiento en el que emerger es un estado tan genuino y necesario como sumergirse. Es por eso que a pesar de su éxito y su enorme potencial de ventas, su presencia sigue resultando irritante para los mercaderes. Porque el accionar artístico de tipos íntegros como él sigue una lógica interna que es inmune e indiferente a los requerimientos del mercado.
Su sueño de ayer es el sueño de hoy.
Y en este presente, el pelo rojo dejó de ser un presagio para convertirse en el símbolo de una combustión permanente. El fuego prometéico que calienta a esa comunidad reunida ritualmente en torno a un mito.
Y el mito no es Spinetta, por supuesto, sino nosotros mismos. Luis sabe que este ritual de celebración lo trasciende enteramente. Él es sólo un músico con la capacidad de conjurar la poderosa energía arquetípica que nos pone en contacto con la vida y sus elocuentes misterios; con las utopías que son, en realidad, las certezas que anidan en nuestro inconsciente; un artista que nos conecta con la conmovedora "razón de ser que nos ha puesto piel en la eternidad".
La llave de este mandala existencial es la música, claro.
Decidida, la sociedad de Luis visita fugazmente la hidrofobia de los peces muertos... Un nuevo mito, ahora el del eterno retorno, lo impulsa a rescatar aquella electricidad salvaje y utilizarla como una espada flamígera que redime nuestra sombría argentinidad, sacudiéndola con sus descargas.
Marcelo Torres y Daniel Wirtz son la sangre y los músculos de la vigorosa identidad del trío. Spinetta es el rayo, el destello que ilumina el laberinto del tiempo; el minotauro eléctrico que desata la fuerza de los instintos para recrearla en una ceremonia en la que convergen el pasado y el futuro.
A través de una suerte de alquimia contemporánea que integra riquezas de todos los tiempos, Spinetta y sus socios se internan en una búsqueda cuya piedra filosofal es la quintaesencia del espíritu hendrixiano. Más cercanos al periodo "Experience" en temas como "Nasty people" o "Cheques"; más próximos a "Band of Gypsys" en el swing descomunal de "Olas".
Pero estos comentarios son apenas una digresión, una excusa que me permite incluir, en una revista de música, algo que va más allá de la música misma. Porque lo crucial es que Luis Alberto Spinetta logró convertir un concierto en una experiencia suprema que revitaliza la fe en nosotros mismos.
A diferencia de Stravinsky y su rito pagano, Spinetta consagró la primavera mediante una vivencia comunitaria que consigue integrar lo sagrado y lo profano...
"... A veces hay que ser duros, pero sólo a veces. Lo principal es la paz en el corazón..."
Su sueño de ayer es el sueño de hoy.
Y aquellos conciertos del año ’73 en "la carpa", aquella "Semana de Pescado Rabioso" escuchada muchas veces sin un mango desde atrás de la puerta del teatro Olimpia, son ahora el abrazo que muchos padres brindaron a sus chicos en el parque la noche del domingo; son los besos descarados de decenas de adolescentes que buscan, apasionada y desesperadamente, un país-hogar que los ame como sus hijos.
"Vivir es emocionante" dijo alguna vez un personaje de Kurosawa. Tan emocionante como ver a estos socios del desierto convertir en vergel un páramo, gracias a la sabiduría insurgente de quien supo florecer echando sus raíces en suelo árido.
El sueño de ayer es el sueño de hoy.
Vamos, abrí tu boca, abrí tu corazón, dejá que entre todo Spinetta.
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